Te lo voy a contar como se me viene a la cabeza, quizás me entiendas.
El partido iba 3 a 3 y, si bien fue en agosto, el calor era inaguantable. Recuerdo haber escuchado un comentario que vino de unos escalones debajo mío, algo sobre un record: “la temperatura más alta en agosto en no sé cuánto tiempo”, dijeron. En la popular de River eso se nota mucho más, el calor pega justo en el cemento y sube hasta tu sien, pero como uno no tiene mucha noción de los riesgos le chupa un huevo, y salta y canta todo el partido.
Es más, el partido lo pusieron tipo 2 de la tarde o 3, no mucho más. Ahora que lo pienso seguro era el veranito previo a la tormenta de Santa Rosa. Yonosé si habrá una explicación racional para todo esto, pero la posta es que para esta época siempre viene un calor inaguantable que es apagado por un diluvio de unos días. Cosa e’ mandinga, dirían los viejos.
Ya sé, dirás "cómo mierda te va a meter tres goles Chacarita recién ascendido", ¿no? En el monumental encima. Y claro, yo te cuento esto y a vos no te entra en la cabeza…Pero más bien, porque creciste con las copas de Gallardo y los partidos contra Boca, pero pibe en esa época era cosa normal, nos hacían de a 3 para arriba, sea Tigre, Estudiantes, Lanus o cualquier equipo de mierda.
Igual paremos el carro, te pongo en contexto, porque tampoco es que Chaca no tenía nada. Arriba tenían al Chavo Alustiza, que después jugó un montón de años en México y a Facundo Parra, el que después ganó la Sudamericana con el Rojo, de 5 jugaba Vismara que después ganó Copa Argentina con Huracán y creo que hasta metió final de la Sudaca también, los centrales, Echeverria y Lisandro Lopez, después jugaron en Boca, en cuanto al técnico era el Ruso Zielinski, la puta madre.
Vos sabes bien que desde chico simpatizo por Chacarita. Te digo más, el torneo anterior lo había seguido en el ascenso a primera, en cancha de Ferro y de Argentinos, íbamos con mi hermana y mi cuñado siempre que podíamos, así que además de simpatizar por la institución, tenía simpatía por aquel plantel en particular.
Por el lado de River los lideres eran Ortega, ya con 35 y Gallardo con 33 (y muchísimas lesiones a cuestas), dos ídolos del club conviviendo con los peores nombres de su historia.
Al partido pudimos empatarlo después de ir 3 a 2 abajo y a esa altura ya me sentía hecho, no por el poco valorable punto de local, no nene. Me sentía hecho porque el empate significaba un poco una victoria compartida con mi hermana, que ese partido lo miraba desde la popular visitante (todavía había hinchas de ambas parcialidades).
Es decir, a 100 metros míos en línea recta, en la Centenario alta, la tribuna que da a Figueroa Alcorta, estaba ella con mi cuñado. Me la imaginaba mordiéndose el labio de los nervios, cantando con su hinchada, habiendo gritado los goles de Chaca pero también habiendo sentido algo reparador en el gol de River, o capaz no queseyo. Nunca se lo pregunté, a decir verdad. Pero sí imagino que también se iba hecha con el empate y que cuando esa tarde nos cruzáramos en el comedor de casa, fuéramos pares nuevamente.
Pero viste como es…en los cálculos no se contemplan a los genios, a esos a los que le chupa un huevo el romanticismo del que te estoy hablando, y uno de ellos fue Ariel Ortega, apagado y todo, con pocas y malas intervenciones en el partido, y ya en el apogeo de su gran carrera.
El partido terminaba, la cabeza se me partía en 2 por el sol que en la Sivori Alta caía con sus rayos como una espada, la casaca de River en mi mano derecha agitándola, mis amigos a pocos metros. El reloj del árbitro marcaba los 41 minutos, momento en que partió un pelotazo largo desde atrás de la mitad de cancha, de esos que se tiran cuando la suerte ya está echada, a ver qué pasa, el clásico “tomá y arréglate”: y Ortega se arregló.
Ariel arrancó en la línea del ultimo defensor, que quedó enganchado, pidiendo un offside que no fue. La pelota le cae justo delante y, en lugar de picar y avanzar, un efecto raro la hizo rebotar hacia arriba quedándole algo encima al Burrito, que tuvo que frenar su marcha y esperar que la bocha le bajara. Quizás él ya sabía qué hacer desde que partió el pase, siempre me pregunté en qué momento piensan todas las posibilidades y eligen la mejor carta de su baraja, en qué momento deciden cómo resolver alguna ocasión del partido, pero por algo son genios: tres segundos después que la pelota partió en su viaje aéreo desde la mitad de cancha, solo tres segundos digo, fue que picó delante de él, y como te contaba tuvo que aminorar la marcha. Quizás en los años noventa la hubiera bajado y en velocidad se acercaba al arquero para después definir, pero en el final de su carrera la velocidad no era la misma. Entonces ocurrió la magia: antes que la bocha diera su segundo pique, Ariel la toca de cara interna por arriba del arquero, muy por arriba de Tauber, el arquero de Chacarita, el cual termino dentro del arco al igual que ella, después de esa parábola interminable hacia el fondo de la red.
Esta genialidad yo la vi en el otro arco y viste como es, no se ve una mierda. De igual forma la tribuna se descontroló al instante, mis amigos me abrazaban, por allá abajo una avalancha, en otro sector ya se empezaba con el espontaneo Orteeeeeeeeeeeega Orteeeeeeeeega que se replicó en el resto del estadio, a mi alrededor todo era delirio aunque mi cabeza y mi corazón iban en otra sintonía. Por un lado, quería sonreír, abrazarme, saltar, cantar, pero mi corazón alquiló los ojos de mi hermana, desde la tribuna visitante, la misma del arco vencido, puteando al aire, viendo el festejo de los jugadores de River frente a sus narices y con la bronca de que haya faltado tan poquito.
No pude gritarlo, no me salió y no me arrepiento. El amor, a veces, es contradictorio.